Cuenta la leyenda que Condoy, el mítico rey ancestral de la nación mixe, se sentó a descansar luego de un largo viaje y clavó en la tierra su bastón de mando. En ese lugar nació el árbol del Tule, un ahuehuete que hasta nuestros días continúa siendo testigo de la historia de México, símbolo de nuestro pasado gran indígena y representante de la vasta biodiversidad de nuestro país.
El ahuehuete, que en náhuatl significa “viejo del agua”, es el árbol nacional de México; pertenece a la familia de los cipreses, es un árbol de grandes dimensiones, que llega a medir hasta 40 metros de alto; posee un tronco grueso de color marrón grisáceo, follaje muy frondoso y hojas pequeñas, delgadas y alargadas en forma de aguja. Esta especie, cuya presencia se extiende prácticamente a todo lo largo del territorio nacional, pues tolera prácticamente todos los climas de México, pertenece a la familia de las coníferas y por lo tanto no da flores; se reproduce al esparcirse sus semillas con ayuda del viento, mismas que germinan en un ambiente húmedo y crecen a una velocidad de hasta un metro durante su primer año de vida. Su nombre nos dice muchísimo sobre las características fundamentales de este árbol, que crece en lugares muy húmedos y muchas veces se les encuentra a la orilla de cuerpos de agua como lagos o ríos; sobre su tronco crece de forma natural un cierto tipo de heno, que le confiere una tonalidad gris clara, que acentúa esa apariencia de antigüedad. De hecho, el ahuehuete es una especie muy longeva, y el mejor ejemplo es el árbol del Tule, ubicado en el atrio de la iglesia de Santa María del Tule, en el estado de Oaxaca, que tiene una edad aproximada de 2000 años, además de ser uno de los más grandes del mundo, con una altura de más de 40 metros, y poseer el récord del tronco más grueso, con una circunferencia de más de 14 metros. Este viejo ahuehuete es tan querido, que cada segundo lunes de octubre se conmemora su día oficial con una fiesta en la que hay música y juegos pirotécnicos y a la que acuden personas de todos los rincones del mundo.
El Tule no es el único ahuehuete célebre. El árbol de la noche triste, donde Hernán Cortés lamentó su derrota contra el ejército mexica, comandado por los señores Cacamatzin y Cuitláhuac, la noche del 30 de junio de 1520. Desde aquel momento, el árbol de la noche triste se convirtió en el símbolo de la resistencia indígena. Por desgracia, este bello y antiguo árbol fue víctima de dos incendios, muy probablemente provocados, en 1972 y 1980, razón por la que en nuestros días sólo quedan de él algunos restos apuntalados con columnas de concreto y piedras. Existe un plan para sembrar en su lugar un ahuehuete descendiente del árbol de la noche triste, para no olvidar aquel episodio tan significativo en nuestra historia.
Otro ejemplar querido y muy venerado en nuestro país es el ahuehuete de Chalma, situado en la entrada del pueblo, a la orilla de un importante río. A un lado se encuentra el altar a Santa Rita, patrona de las causas imposibles, y cada año miles de peregrinos acuden hasta ese lugar a pedir algún milagro, y con el propósito de que éste se cumpla, cuelgan un listón o algún otro objeto en el árbol. Tampoco hay que olvidar los magníficos ahuehuetes del Parque Nacional El Contador, ubicado en el municipio de San Salvador Atenco en el Estado de México. Se dice que estos árboles, que ocupan un espacio de 800 metros de largo por 400 de ancho, fueron sembrados por el legendario rey Nezahualcóyotl para embellecer los jardines de su palacio en Texcoco.