Durante el último millón de años nuestro planeta ha experimentado diez periodos de expansión glacial intercalados con sus respectivas mejorías climáticas, caracterizadas por un aumento en la temperatura global y el retroceso del hielo a los casquetes polares. En términos geológicos nos encontramos en una baja edad glacial, puesto que el agua congelada aún se encuentra en las regiones Ártica y Antártica, así como en las altas montañas. Este frágil periodo de estabilidad climática comenzó hace 9000 años y permitió el desarrollo de la agricultura y la civilización humana.
La última de estas épocas cálidas ocurrió hace unos 82 000 años y la siguió un periodo de cambios frenéticos que duró desde 70 000 hasta 7000 a. C. Fue durante esta difícil era de fluctuaciones climáticas estrepitosas cuando el hombre moderno (Homo sapiens sapiens) comenzó a poblar el continente americano, al que llegó en distintos momentos y en diferentes oleadas migratorias, sin duda simultáneas al desplazamiento de especies animales.
Sea como fuere, muy poco se sabe sobre el estilo de vida de estos primeros pobladores, salvo que debieron estar organizados en pequeños grupos nómadas que recolectaban vegetales, larvas e insectos, cazaban animales pequeños y medianos y probablemente complementaron su dieta con carroña, peces y mariscos capturados en las costas y ríos. También se sabe que, en términos generales, los pobladores más antiguos tenían cabezas alargadas y estrechas (dolicocefálicos), mientras que los más recientes poseían cráneos cortos y anchos (mesocefálicos y braquicefálicos). Finalmente, se cree que la dirección de los primeros flujos migratorios que procedían de Asia tuvo lugar de norte a sur, seguida por otra de oeste a este y que por último, hubo otra de sur a norte cuando se retrajeron los mantos glaciales que cubrían parte de Norteamérica.
Los primeros 28 milenios de la historia de México reciben el nombre de "Etapa Lítica", en virtud de que sus horizontes cronológicos obedecen a la morfología de sus herramientas de piedra, las cuales constituyen el material que mejor se ha preservado. En contraparte, de este periodo sólo se han recobrado los restos óseos de 41 individuos, que preceden a su vez de 24 hallazgos arqueológicos, aunque la evidencia material de estos hombres es muy desigual, ya que va desde una sola pieza dental hasta un esqueleto completo. La mayor parte de los especialistas mexicanos fragmentan tan dilatada época en Arqueolítico (33 000 – 12 000 a. C.), Cenolítico Temprano (12 000 – 7000 a. C.) y Cenolítico Tardío (7000 – 5000 a. C.) No obstante, conviene decir que los académicos estadounidenses utilizan una división coronológica diferente, pues llaman a estos periodos Lítico o Paleoindio (33 000 – 8000 a. C.) y Arcaico Temprano (8000 – 5500 a. C.).
En términos generales puede decirse que la "Etapa Lítica" se refiere a un largo periodo de nomadismo, recolección, caza y pesca, que abarca los últimos milenios de las glaciaciones pleistocénicas, así como el ascenso de la temperatura global que dio origen al clima del presente. Todo ello estuvo acompañado por necesarios cambios tecnológicos, pero es muy poco lo que se conoce sobre las transformaciones de la organización social y de la cosmovisión. La gente vivía temporalmente en cuevas, abrigos rocosos o en campamentos al aire libre hechos de materiales perecederos, por lo que el ajuar era muy ligero y limitado. Gran parte de la información que se tiene sobre este periodo procede de arriesgadas comparaciones etnográficas con pueblos de recolectores-cazadores que todavía existían en el mundo hasta tiempos recientes. De ello se ha inferido que las bandas trashumantes de aquella época estaban unidas por lazos de parentesco, reconocían un antepasado común y se juntaban en macrobandas durante la estación fértil para intercambiar parejas. A pesar de construir sociedades igualitarias, respetaban ciertas jerarquías determinadas por el sexo y la edad; contaban con una división básica del trabajo, en la que las mujeres se dedicaban a la recolección, mientras que los hombres salían de cacería. Tenían territorios fijos de nomadismo, que recorrían cíclicamente aprovechando los recursos naturales de cada estación, por lo que su alimentación era más rica, abundante y variada que la de los pueblos sedentarios. Finalmente procuraban respetar los territorios de los pueblos vecinos. Es preciso aclarar que la cronología asignada para esta gran etapa es válida sobre todo para el territorio que después se denominará Mesoamérica, puesto que en algunas partes del norte de México el fin de este periodo se extendió hasta mediados del siglo XVIII de nuestra era.
Los mantos permamentes de hielo que cubrían extensas porciones de Norteamérica no alcanzaron el territorio mexicano, salvo en las cumbres de las montañas más altas. El clima en esa época era probablemente más frío y húmedo que en la actualidad, aunque relativamente estable y uniforme, lo que propició la proliferación de amplios bosques y praderas, acompañados por numerosas lagunas endorrecidas. De hecho, la mayor parte de los indicios de la presencia humana proceden de las riberas y playas extintas de estos lagos, aunque debieron de existir importantes comunidades errantes en las costas, sumergidas hoy bajo el océano. Estos primeros grupos humanos emplearon grandes y toscos artefactos de piedra que elaboraron por presión o percusión directa y algunas veces les imprimían una incipiente talla bifacial: denticulados, lascas, navajas burdas, perforadores, raederas, raspadores y fragmentos de guijarros llamados tajaderas y tajadores, con un mínimo de especialización. No se conserva evidencia de objetos hechos con materiales orgánicos, aunque se especula que ya para esa época los hombres fabricaban bolsas de piel o fibras vegetales y usaban palos para desenterrar semillas y tubérculos. La base de la subsistencia fue la recolección de frutos, hojas, insectos y mariscos. La caza de animales pleistocénicos (bisontes, caballos, camélidos, mamuts, mastodontes, etc.) debió ser excepcional, aunque pudieron capturar presas pequeñas y medianas.
Un cráneo masculino, con antigüedad de ca. 33 000 a. C., se recobró en una pequeña excavación en Chimalhuacán, Estado de México, y probablemente se trata del objeto más antiguo encontrado hasta hoy sobre la presencia humana en el actual territorio mexicano. Los sitios Arqueolíticos y Cenolíticos Tempranos según la división actual de la República Mexicana se encuentran en los siguientes lugares: Baja California (Laguna de Chapala), Baja California Sur (El Batequí, San Joaquín, Cultura Las Palmas), Sonora (El Plomo, Sásabe, La Playa, Pozo Valdés, El Bajío, Huásabas, Los Janos, Cerro Izábal, Ranchos Pima y Aigame, Tastiota, Cerro Prieto, Las Peñitas, Guaymas), Chihuahua (Rancho Colorado, Samalayuca, Complejo Cazador Coahuila, La Chuparrosa, Complejo Ciénagas), Nuevo León (Puntita Negra, La calzada), Tamaulipas (Lerma, Cueva del Diablo), Sinaloa (Sinaloa de Leyva, Bebelama), Durango (Weicker), San Luis Potosí (El Cedral, Cerro de Silva), Jalisco (San Sebastián Teponahuastlán, San Marcos, Zacoalco Hidalgo, Oyapa, Tecolote), Estado de México (Santa Isabel Iztapan, Tlapacoya), Ciudad de México (San Bartolo Atepehuacan).
Este periodo fue crucial en la historia reciente del planeta, pues la megafauna del Pleistoceno fue desapareciendo gradualmente debido al calentamiento general, a la caza excesiva o a una combinación de ambos. La capacidad depredadora de los seres humanos aumentó considerablemente, dado que durante esta época se produjeron grandes avances tecnológicos que dieron lugar a una amplia variedad de puntas de proyectil (flechas, lanzas, etc.).
Una de las más famosas tradiciones líticas de este periodo es la de las "Puntas Clovis", que estaban asociadas con la caza de mamuts. Se ha estimado que la producción de estos proyectiles, que posiblemente son los más antiguos del continente y se han hallado en diversas partes de México, así como en la cuenca del Quiché (Guatemala) y en Ladyville (Belice), duró por lo menos 700 años. Los usuarios de estas herramientas desarrollaron hacia 10 000 a.C. una rica cultura en la que la cacería de grandes animales debió de haber sido relativamente frecuente, aunque convivieron con muchos otros grupos humanos que explotaban los recursos naturales de diversos ambientes geográficos. Se calcula que durante el Cenolítico Temprano la cacería cobró gran relevancia, probablemente como respuesta a que los radicales cambios climáticos que dieron fin al Pleistoceno estaban alterando los ambientes de los que dependían los recolectores de antaño. No obstante, cabe advertir que la recolección no dejó de practicarse y probablemente fue la actividad principal. En Chihuahua y San Luis Potosí tuvo lugar otra tradición más reciente de puntas denominadas Folsom (ca. 7500 a. C.), la cual se cree que se produjo a lo largo de 1200 años y se asociaba con la cacería de bisontes hoy extintos. Aparecieron también las puntas pedunculadas, así como las puntas cola de pescado de filiación sudamericana, que se han hallado en la Cueva de los Grifos, Chiapas, en asociación con proyectiles Clovis. Estas tradiciones líticas, por cierto, presentan una gran cantidad de subtipologías, lo que es indicio indiscutible de una considerable especialización tecnológica.
Un famoso hueso sacro de camélido, que se labró con la apariencia de una cabeza de cánido, fue encontrado en 1870 en Tequixquiac, Estado de México; se estima que tiene una antigüedad de 14 000 años, y constituye el ejemplo más antiguo de arte conocido en el territorio mexicano. Además, se considera que un yacimiento de huesos de mamuts, que fueron sometidos a fractura con la intención de fabricar lascas y núcleos útiles, constituye evidencia de la actividad del hombre en Tocuila, Texcoco, hacia 11 200 a. C. Hallazgos en El Peñón III, Estado de México, reportan la fecha de 10 750 a. C. para un cráneo femenino. Dos milenios después ya contamos con la primera evidencia de domesticación de plantas, pues cierto tipo de calabazas fueron sembradas hacia 8050 a. C. en los montes espinosos ubicados al sur de Mitla, Oaxaca, aunque probablemente nunca se utilizaron como alimento, sino como recipientes para agua. Es importante señalar que, aunque la subsistencia alimentaria en esta etapa nunca estuvo basada en la siembra, sabemos que todos los grupos nómadas estaban familiarizados con el proceso de germinación de las plantas, y que incluso algunas veces llegaron a intervenir en él para complementar, con un recurso excepcional, su dieta. Por contraste, un asentamiento semipermanente en Zohapilco, en la Cuenca de México, demuestra que desde 8000 a. C. los hombres podían adoptar formas de vida sedentarias sin necesidad de practicar la agricultura, siempre y cuando existiera una amplia diversidad de recursos lacustres.
Este horizonte histórico corresponde ya a la época geológica Reciente u Holoceno. Por lo tanto el clima, el medio ambiente y las especies vivas del Cenolítico Tardío eran semejantes a los de la actualidad. Puesto que la megafauna se había extinguido a causa de la aridez que hizo desaparecer sus hábitats, la cacería dejó de ser tan importante y los granos eran posiblemente la dieta principal. Hacia 5950 a. C. se tienen indicios de la domesticación de la calabaza en Tehuacán, y en otras regiones hay datos sobre el aprovechamiento selectivo del aguacate, el amaranto y el maíz silvestre. Durante esta época se comenzaron a moler semillas como alimento de reserva para la estación seca. Ello implicó cambios importantes en la tecnología y que las herramientas se especializaran regionalmente, empezaron a fabricarse hachas y azuelas para cortar madera y metates, asi como morteros para moler semillas y pigmentos.
Durante este periodo surgieron tres tradiciones culturales en el actual territorio mexicano. La primera de ellas, conocida como "Tradición de Tierras Altas", se extendió sobre la mayor parte del país y se sustentaba en la recolección de semillas, mientras que la cacería era una actividad subsidiaria. Los hombres estaban organizados en pequeñas bandas que se reunían anualmente durante la época de lluvias. Si ciclo de nomadismo se encontraba regulado por las estaciones del año y algunas veces practicaban el semisedentarismo, sobre todo en las márgenes de los lagos. Además de contar con herramientas de piedra y hueso, conocían la cestería y la cordelería, fabricaban redes, bolsas de fibra y objetos ceremoniales y de adorno personal, al tiempo que desarrollaron el arte rupestre y petrográfico. Este estilo de vida perduró en algunas partes del norte de México hasta bien entrado el siglo XIX de nuestra era. Artefactos de piedra y huesos del Cenolítico Tardío se han encontrado en diversos lugares de México, entre ellos Nuevo León, Tamaulipas, Querétaro, Puebla, Estado de México, Guerrero, Oaxaca y Chiapas, Hidalgo, Ciudad de México. La expresión pictórica más antigua de que se tiene noticia procede de esta época y se encuentra en la Cueva de San Borjitas, ubicada en la Sierra de Guadalupe en Baja California. Se trata de una pintura rupestre que representa una figura humana coloreada de rojo y negro y atravesada por lanzas. Se ha fechado en 500 a.C. y constituye el inicio del llamado "Estilo Gran Mural", producido ininterrumpidamente a lo largo de 7000 años en más de 543 riscos y cuevas de la región.
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