Se cuenta que en la ciudad de Aguascalientes existen varios túneles que se conectan entre sí que servían de escondite no solamente a los franciscanos del templo de San Diego durante la persecución religiosa, sino a muchas personas que huían de la justicia... Una de las tantas leyendas que se ventilaron al respecto, fue la que contaba el profesor Alfonso Montañés, quien aseguraba tratarse de una historia verídica que con el tiempo se convirtió en una de tantas fantasías que se comentaban en las fiestas de salón, que tanto se usaban antes.
En la esquina de las calles de Carrillo Puerto y Democracia (ahora Eduardo J. Correa) había una tiendita cuyo propietario era un señor de nombre Brígido Villalobos. Era uno de los "Estanquillos" más populares en el Barrio de San Marcos, pues a más de que había todo como en botica, Don Brígido era un hombre muy amable, lo que se dice un buen comerciante que no dejaba salir a un cliente sin vender todo lo que el quería.
El señor Villalobos era un gran conversador, un hombre simpático y dicharachero, que tenia muy entretenido a sus amigos, los que todas las noches se reunían en su tienda para componer el mundo. Se hablaba de la carestía de la vida de los malos gobernantes... de todos los problemas que acosaban al país.
Pasaban dos horas de gran platica ; Don Brígido les ofrecía una copita, y a las ocho, cada uno de sus amigos se iba a su casa a descansar. Corría el año de gracia de 1884, y una noche, cuando el grupo de amigos se encontraba en lo mas álgido de la platica, se escuchó un tremendo ruido en la pequeña trastienda que los hizo temblar.
Se voltearon a ver don Antonio, a quien apodaban el charrasqueado, don Severo, que le decían el cura, y Marqués Hernández. Ninguno se atrevía a hablar, pero don Brígido que era muy bromista les digo: "no creo que haya sido el aire"... Con cierto temor se levantaron los hombres que estaban sentados en un costal de azúcar, en un cajón de jabón, y en el banquito que tenía atrás del mostrador el dueño de la tienda.
Con cierta curiosidad se dirigieron al cuartito contiguo a la tienda y con sorpresa vieron que se había hundido el piso. Ninguno se atrevía a decir palabra, hasta que el señor Villalobos les dijo: "si no tienen miedo, vamos a ver que fue lo que pasó".
momia Los cuatro amigos quisieron bajar; pero fue verdaderamente imposible por la cantidad de polvo que había, que no los dejaba respirar y tuvieron que salir corriendo a la calle. Don Antonio, Don Severo y Márquez le dijeron a Brígido que de noche no se podía hacer nada, que se irían a sus casas y al día siguiente, con el fresco de la mañana y con la frente despejada irían a descubrir aquel misterio que los tenía intrigados.
Los amigos se despidieron dejando solo al dueño de la "tienda de la esquina", el que por mucho rato se quedó pensando qué podría hacer. Tenía que encerrar su estanquillo ¿y si alguien se metía por la trastienda y le robaba? No se podía quedar toda la noche afuera y si dormía en su "changarro", se asfixiaría por el terregal. Al lado de la tienda vivía Vicente Trujillo, el que al oír el estruendo también salió a la calle, como muchos de los vecinos.
Al ver el problemas del pobre de Don Brígido, le dio la solución: se quedarían sentados en una banquita toda la noche, afuera de la tienda, tapados con cobijas para cuidar el negocio. Así lo hicieron, la esposa de don Vicente les llevaba café y así se hizo una bolita de amigos los que estuvieron toda la noche frente a la tienda ideando cómo le irían a hacer para sacar los muebles de Don Brígido y rescatar la mercancía que se había caído en el socavón. Para todos los amigos fue un día de fiesta, entre chascarrillos, adivinanzas y cantos, se pasaron toda la noche, sólo Don Brígido tenía como cara de purgado por la aflicción que sentía al haber perdido mercancía y habérsele echado a perder sus muebles. Con sogas y palas, un grupo de amigos y Don Brígido al frente de la expedición, bajaron por aquel agujero, que era un verdadero boquete.
Llevaban velas para ver por dónde caminaban, cuando de pronto se encontraron con un gran arco descubierto. Fue grande la sorpresa que llevaron los expedicionarios, los que resolvieron seguir caminando por aquel túnel; entre risas y rezos, los amigos se daban valor para seguir por el túnel con dirección al Jardín de San Marcos. Según dice la leyenda, el grupo de hombres "valientes" seguía caminando y así llegaron a la puerta oriente del Jardín, en donde encontraron algo inaudito: un gran armazón lleno de piezas de género, de telas muy finas y de diferentes colores.
Todos se quedaron de una pieza, no creían lo que estaban viendo sus ojos, no más que uno de ellos, ambicioso quiso llevarse algunas de aquellas telas de colores vivos, pero su sorpresa fue mayor, que al tocarlas se iban convirtiendo el polvo. Los gritos se oyeron hasta la calle. Aquello parecía película de terror.
Telarañas colgaban de las paredes del techo y los ratones corrían por todos lados haciendo brincar a los hombres que sólo decían "ay mamá Carlota", "¡Virgen del rayo, Sálvanos!", "por qué me metí en este enredo" y otras expresiones que verdaderamente daban risa. La expedición seguía, Don Brígido que era el afectado, se hacía el fuerte e iba por delante con su vela de sebo, que con una prendía la otra. Cuando de pronto se escuchó un grito general al ver muy seria sentada a una momia que pelaba los dientes y parecía se estaba riendo.
Al lado de ésta y recargada en la pared, había otra que tenía los pelos largos que le llegaban al suelo. Los amigos del señor Villalobos se tropezaban uno con otro por querer salir todos corriendo a la misma hora y así con los pelos hirsutos del susto y pálidos como el papel de china volvieron a salir por donde habían entrado, por la trastienda de la tienda de Don Brígido Villalobos. Nadie dijo nada, Don Brígido volvió a levantar el piso de su trastienda y todos hicieron un pacto de honor de platicar lo sucedido con nadie.
Mucho tiempo esta historia quedó en el secreto, hasta que un día, uno de ellos, parece que el charrasqueado, en una borrachera contó el suceso, el que más tarde se convirtió en una fábula. Don Alfonso Montañés asegura que existen otras entradas para esos túneles, que según se dice, van del Templo de San Diego al Jardín de San Marcos, de la Estación al Jardín, así como del templo del Encino al Jardín de San Marcos.
Lo cierto es que se han hecho muchas historias sobre los túneles de Aguascalientes en donde se dice guardaba su tesoro el famoso ladrón Juan Chávez. Cuando se decida explorar esos túneles conoceremos otras interesantes historias que convertiremos en leyendas para engrosar las tradiciones de Aguascalientes.